Muchas cosas en esta vida son cuestión de un
poco más o de un poco menos. Los célebres pequeños márgenes: por poco se mata
el otro en aquella curva, pero no se mató; por poco acertamos con los catorce resultados
de la quiniela, pero no acertamos más que trece; un poco más, un esfuerzo más,
y sacamos las oposiciones y, con ellas, un buen puesto para toda la vida; un
poco de coba, y tal vez nos suben el sueldo; un poco olvidarnos del séptimo
mandamiento, y hacemos un negocio imponente; un poco de seguir el régimen, y
quizá nos curamos radicalmente.
Muchas veces ese poco es una cosa muy
importante que puede o podría haber cambiado el signo de nuestra vida. Y ahora
nos preguntamos: ¿No habrá también un “poco”
de esos para conseguir la vida eterna? Pues sí, lo hay. Lo dice Cristo en
el Evangelio:
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Todavía un poco y ya no me veréis, y
todavía otro poco y me veréis. Dijéronse entonces algunos de los discípulos:
¿Qué es esto que nos dice: todavía un poco y no me veréis, y todavía otro poco
y me veréis? Y porque voy al Padre. Decían, pues: ¿Qué es esto que dice un poco?
No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle, y les dijo: ¿De
esto inquirís entre vosotros porque os he dicho: todavía un poco y no me
veréis, y todavía otro poco y me veréis? En verdad, en verdad os digo, que
lloraréis y os lamentaréis y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis,
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando está de parto,
siente tristeza porque llega su hora; pero cuando ha dado a luz un hijo, ya no
se acuerda de su tribulación, por el gozo que tiene de que ha nacido un hombre
en el mundo. Vosotros, pues, ahora tenéis tristeza; pero de nuevo os veré y se
alegrará vuestro corazón y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría.
Aquí tenemos el “poco” de Cristo: un poco de aguantar en esta vida y luego la vida
eterna en premio para vosotros.
Pero este poco es lo que nos cuesta. No
sabemos jugar a la lotería con Dios; no sabemos hacer quinielas para la vida
eterna. No sabemos adelantar ese pequeño precio que Dios nos exige de
sacrificio, de rectitud, para cobrar después la felicidad interminable.
Pero con una diferencia esencial: que aquí
pagamos por la lotería o las quinielas, y luego nos toca o no nos toca; lo más
probable es que no nos toque; y, entonces, dinero perdido. Con la vida eterna
no es así: si nosotros pagamos en esta vida este precio de rectitud y buena
conciencia, nos toca, seguro; es como si supiéramos de antemano el número del
gordo y los resultados de los partidos del domingo.
Pero ni por esas. Viene Cristo, y luego los
apóstoles, y luego los predicadores, ofreciendo entradas para la felicidad
eterna..., y nada.
Va Cristo a casa de un industrial. Toca a la
puerta, sale el dueño, y Cristo le dice: —Mire usted: vendo billetes para la
vida eterna. Premio seguro. Un poco de ser recto en esta vida, y ya está. — El industrial
le da buenas palabras: —Mire usted, Señor: tal vez en otra ocasión...; es que
ahora tengo otro asuntillo urgente entre manos; mire: se trata de otro “poco” también.
Mire usted, Jesucristo: un poco que gaste en propinitas con este, ese y aquel,
y me va a venir a las manos un negocio redondo de maquinaria, algo para hincharse;
podremos venderla al precio que nos dé la gana..., y sólo con un poco que ahora
sepa uno aflojar... Ya comprenderá usted, Señor Jesucristo, que ahora no puedo
hacerme cargo de su oferta; es que este asunto mío es muy bueno y, claro, uno
no puede tomar lo de aquí y lo suyo a la vez...; son incompatibles, usted mismo
lo ha dicho en alguna ocasión. Ya me entiende usted, Jesucristo; usted obra con
rectitud, y yo, en este asunto mío, tengo que practicar algún pequeño soborno,
algún suave enjuague...; ahora no puede ser lo suyo..., pero, ¡entendámonos!, tomo
nota de su oferta y quién sabe si más tarde..., un poco de rectitud, y la vida
eterna, ¡eso es! Tal vez le cueste encontrar accionistas para ese plan, pero ¿quién
sabe? No hay que desanimarse... Hasta otra ocasión, Señor Jesucristo.